Gracias a una invitación de uno de los asistentes de escenario del teatro Maipo, me acerqué al mismo un jueves por la noche para ver a dos cómicos, dos artistas, dos verdaderas cloacas del espectáculo teatral argentino (si por su vocabulario hablamos, claro está): Enrique Pinti y Favio Posca.
La primera función era la del señor Pinti. Me vi gratamente beneficiado por mi ubicación: primera fila al medio. Mientras una voz en off presentaba al “Director de Orquesta”, el telón se levantaba y aparecía en medio del escenario con los brazos extendidos Enrique Pinti. Con un equipo de baile compuesto por die bailarines y un actor que mantenía varios diálogos con el capo-cómico.
El espectáculo, “Antes de que me olvide”, se basa en la idea de que Pinti en algún momento se va a olvidar de todo lo que en algún momento dijo y/o pensó sobre la historia y los protagonistas de la misma.
Repetidos cambios de vestuario, con varios números de canto y baile con letras relacionadas con el momento que se estaba tocando en la obra.
Un número que realmente me llamó la atención y que no había visto en videos de espectáculos anteriores (no había tenido el agrado de poder verlo en vivo). Él mismo hablando con un video de animación en escena. Habiendo tenido la experiencia personal de haber trabajado en un espectáculo que contaba con la tecnología que son las proyecciones, sé que es sumamente complicado porque puede surgir cualquier imprevisto en vivo y, sin embargo, el actor hablaba en vivo con una animación, lo que limita ampliamente sus posibilidades de error, ya que tiene el tiempo contado entre diálogo y diálogo, lo que muestra que solo él puede hacerlo.
Como aspecto negativo, me parece que, por el tipo de contenido de los espectáculos de Enrique Pinti, se debe reiterar bastante, ya que él habla de historia, y para que sea completamente diferente, tendrían que pasar ciento cincuenta años por lo menos. Y como esto no es posible, creo que con verlo una vez cada diez o quince años, está más que bien para volver a sorprenderse.
Por otra parte, al estar sentado en primera fila, y ver al actor mirar tanto al público, me generaba la sensación de que me estaba hablando a mí, que le importaba realmente si estaba disfrutando del espectáculo, y que mis risas (junto con las del resto del público) lo alimentaban para seguir la función.
Por último, y para cerrar esa sensación que generó el gran monologuista durante todo el espectáculo, cuando lo aplaudía de pie, se tomó la molestia de acercarse al proscenio del escenario para así poder cruzar un apretón de manos. Tal vez él me agradecía a mí por oírlo tan atentamente durante todo el espectáculo, y de seguro yo le agradecí por semejante despliegue, texto y presencia actoral.
Luego de eso, salí rápidamente del teatro en dirección a una parrilla de la calle Lavalle, cuyo volante me engañó notoriamente, ya que decía que presentándolo se me adjudicaría un 35% de descuento, pero luego, al dorso y en letra claramente más chica, decía que solo sobre los precios de carta. Una pena no recordar el nombre del restaurant.
Nuevamente llegué al Maipo, para retirar mis entradas, beber un fresco Fernet de muestra y disfrutar de otro espectáculo con matices, tonos y un contenido claramente diferente al anterior. Si bien ambos son “humor”, creo que es de público conocimiento que es un humor completamente diferente.
La mala palabra, la grosería, la vulgaridad y el sexo en sus diferentes formas y estilos se hicieron presentes durante más de dos horas de espectáculo. “Bad Time Good Face”, el nuevo espectáculo de Posca cita a los viejos y conocidos personajes del cómico, sumando una gran cantidad de videoclips con melodías casi conocidas (ya que tomaba melodías existentes pero las modificaba en algún punto) con letras que reflejan la marginalidad de todos sus personajes de formas muy particular. Con insultos, desnudos, gracia y chistes al servicio de lo que este actor brindó en todos sus espectáculos.
Pero no solo lo actoral hacía valer este show, sino también las proyecciones (segundo espectáculo tecnológico del día), ya que le aportaban una belleza visual muy importante. A esto debemos sumarles unas luces que se movían sobre el público en ciertos momentos y otras tantas blancas puestas en el límite del escenario, que ante alguna canción de tipo “tecno” se prendían y apagaban repetidas veces para asi poner al público en cierto estado (lo que conseguía al instante).
Lo que realiza en escena es más de lo que he visto en otros espectáculos (“Alita de posca”) repitiendo personajes, e incluso chistes. Pero en cada número (a destacar: un mimo que aparece al principio de la obra y un zapateo americano que realiza el ya conocido Pitito) demostraba ser alguien con mucha preparación, y no un improvisado que quería subirse al escenario sencillamente para decir groserías.
Para redondear un poco con los dos espectáculos: creo que ambos son tipos de humor muy particular, muy propios, y creo que si uno toma la decisión de ir a verlos sabe con lo que se va a encontrar: dos cloacas de insultos al servicio de las necesidades escénicas. Y algunos podrán decir: “muchos insultos son innecesarios”, pero me parece que lo necesario (o no) está directamente relacionado con lo que el actor necesite (valga la redundancia); y si a estas dos piezas les sacáramos todos los insultos, las groserías y las vulgaridades, no serían ellos mismos. Sino que sería un actor hablando de historia y otro relatando la marginalidad. Pero creo que cada uno pone los condimentos necesarios para que no sean sencillamente “alguien más”, sino que sean actores que llenan salas temporadas enteras desde hace ya varios años.
(Funciones: jueves 15 de julio)